Por Winston Orrillo
De veras hay que tener valor para enfrentarse al búnker que representa la literatura de Mario Vargas Llosa, parapetado como se halla, el autor de La tía Julia, detrás de una retahíla de “defensistas” que lo único que hacen, en realidad, es buscar la oportunidad para que el narrador les done un verbo o un adverbio, y así salten a la fama –ellos creen- par saecula saeculorum.
Por eso, el libro El mentiroso y el escribidor: Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa, de Julio César Fernández Carmona, como no podía ser de otro modo, ha caído en el mayor vacío, lo cual no obsta para que, desde esta tribuna independiente de los tufos de la maffia literaria, proclamemos su excelencia, y digamos que su autor, poeta con más de doce libros publicados, narrador y ensayista de polendas, amén de catedrático principal en la Universidad Nacional de Piura, es una de las voces más esclarecidas de la nueva literatura peruana, allende, por cierto, los megamercados literarios que venden gato por liebre.
He puesto, en el título, Julio Carmona, porque ése es el nombre literario que usa desde su libro de 1970: Mar revuelta.
A Julio lo conozco como una suerte de alter ego: desde las aulas universitarias -segunda mitad de la década de los gloriosos 60´s- en la aún no estudiada (para el desarrollo de la literatura chiclayana) Universidad Nacional de Lambayeque, donde empezó sus pininos estéticos, hasta su actual –y esforzada- labor no sólo como creador incoercible, sino como un difusor cultural, como lo que podríamos calificar: una suerte de agit-prop literario que, en varios correos electrónicos que él maneja –con paciencia benedictina- da cuenta, sin prejuicio alguno, del devenir de las artes y las letras de hogaño.
Me confieso deudor de los enjundiosos envíos de Julio; en los que no só lo vibra el aura estética, si no el compromiso de la palabra en el tiempo.
De este modo, no estamos solamente con un autor esclarecido, sino esclarecedor: lo hemos seguido en varias polémicas, y leemos sus escritos en países hermanos, adonde llegan, sus enhiestos versos, sus denuncias y adhesiones, en esta labor que alguna vez será reconocida: la de acercar la literatura y el arte, fulgentes e igníferos, que son advenimiento de ese otro mundo que sabemos posible.
¡Muchas gracias, Julio, hermano en el fragor de la batalla!
En LA MEMORIA DEL AIRE
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