Por Winston Orrillo
El nuevo poemario de Sonia Luz Carrillo, “Callada fuente” (“Paracaídas editores”) nos devuelve la impronta de una lirida que, sin prisa pero sin pausa, va pergeñando un estilo que, desde “Sin nombre propio” (1973), se caracteriza por su tono leve, por brindarnos una poesía que nos toca, sutilmente, como el ala de una libélula; un poetizar que no es estridente sino que, en forma sutil, nos hace aprehender nuestros propios meandros.
Y es que, a través de seis poemarios, publicados sin la premura de un tiempo que ella sabe suyo -porque es nuestro el tiempo del poetizar- aborda los temas eternos como el del esquivo tiempo que, en cada uno de sus sutiles volúmenes, se torna más doméstico para ella (por así escribirlo).
La muy querida Carmen Ollé, mayúscula poeta, ha señalado, con inteligencia crítica (todo poeta relevante sabe leer poesía) que “Sonia Luz trabaja como una orfebre para aprehender la esencia de las cosas. Ella nos abre un camino hacia el mundo interior, hacia el lado oscuro del saber, y muestra, así, el aprendizaje de la escritura en soledad”.
Mientras otra grande, Otilia Navarrete, ha destacado las “estrictas y controladas palabras” de SLC, que son tensadas hasta “parecer que se quiebran, pero no: ellas permanecen fieles, intactas a su creadora”.
Todo lo anotado nos conduce a decir que nuestra hermana en poesía, ya, puede considerarse poseedora de un estilo, su estilo, que le permite decir no solo lo ingrávido y sutil, sino participar, entrañablemente, en la dilucidación de los momentos mas dramáticos de nuestro devenir, como cuando escribe: “Quedan abolidos/ los ruidos inhumanos/ y las torvas miradas”.
Y cuando, produciéndonos una jubilosa alegría, nos habla de “•Ese tiempo” de “secreta libertad”.
Luz canta, con la plenitud de sus facultades, la proficua aventura de la palabra, la lucha eterna del creador que vuelve a ganar la batalla en el devenir impecable, “en el rostro limpio de la mañana”
Su canto al señorío de la poesía es, pues, un elemento de rescate y superación de los “estrechos límites” y ante “las dentelladas de las circunstancias”
Por ello este poemario es un canto gozoso a la poesía, a la vida, sin olvidar, por supuesto, las eternas –e irresolubles- preguntas que son requisito sine qua non de nuestra condición humana, que es mirada, por la poeta, conlos ojos bien abiertos, con esa mirada permanentemente adolescente, que es, en definitiva, la de la poesía.
Hay, asimismo, en este poemario sutiles toques místicos, porque mística es toda dedicación, en cuerpo y espíritu, a algo tan inaprensible como la poesía con la cual uno siempre “cae de pie”.
Columna “La Memoria del Aire”, en la revista “Gente”
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