Por Winston OrrilloCuando
uno comienza a leer “Resplandor de noviembre” (editorial Alfaguara)
quinta novela del poeta Abelardo Sánchez León, uno se pregunta cómo va a
hacer para remontar las 418 páginas de las que se compone su entrega
narrativa.
Pero, sin darnos cuenta, pasamos, página tras página,
capítulo tras capítulo y encontramos que, lo que parecía una historia
menor, deviene en el panorama de toda una generación social y
existencial –la del 70, aproximadamente- radiografiada a partir de un
grupo de doce “cachimbos” (se reducen al final a diez, por el
fallecimiento de dos de ellos)de la Universidad Católica, de la
memorable Plaza Francia, que un 13 de noviembre deciden “zamparse” a un
cumpleaños”.
Finalizado aquél, deciden consolidar la amistad en
un bar, “El Trébol”, en la playa de La Herradura. Y allí, tragos van
tragos vienen, deciden que perdure ésta y que, cada 13 de noviembre, se
reunirán año a año, década a década –hasta la actual: ya sesentones.
Algo
que facilita mucho la lectura es el manejo de un habla plena de una
jerga juvenil –la de aquella época- que apenas sobrevive y constituirá
una fiesta multiorgásmica para Martha Hildebrandt y sus seguidores.
“Collera”,
“cachuelear”, “he sido mechador”, “aunque tuviese paltas de todo tipo”,
“esa confesión me pareció bacán”, “no saben usar las palabras con su
recutecu”, “el choborra se ahoga en su propio trago”. “El Papito le saca
la vuelta al Firme y al Paganini”. “Tirarte a la hembra a la que
quieres, no es gratis.””No hay polvo gratis, como dice el maestro de
maestros… el gran Gabo, pero esos polvos, para algunos a cuentagotas y
para otros a torrentes, siempre cuestan…”
Y aquí ingresa el ditirambo
a la amistad de los del 13 de noviembre, ditirambo que se repite, como
leit motiv, a través de todas las situaciones: enfermedades, muertes
accidentales, encarcelamiento de alguno de sus miembros, pérdidas por
negocios fallidos, etc. etc.
Volvamos a la cita anterior. “Así
como todo hombre tiene su precio, todo polvo también lo tiene. Ni el
amor es gratis. Lo único gratis, además de sincero, honesto y generoso
es la amistad. Como la nuestra. Como la del 13”.
“Y las envidias
que motivamos, añadió Toño rápidamente”. Toño era el típico muchacho de
barrio, chorrillano, que pasaba la Universidad apenas con 11, y que fue
guiado por uno de estos amigos para que se graduara y llegara a ser
Notario, con mansión en Camacho (es el que sufrió kafkiana carcelería).
Así, dice: “Si no fuera por el 13, sabe Dios dónde estaría”.
“En la calle, pues, huevón, intervino el Negro (uno de los fallecidos)...
“Así es. Seguramente no sería nada. Sería uno más. Ni abogado. Soy abogado por obra de Marcelo.”
Y así, sucesivamente.
Todo
esto aparece en la puntillosa memoria de Bernardo, alter ego del autor,
y preciso en estas historias, que nos permiten ver a la Católica de
aquellos años, con personajes tan encontrados como Alan García y Javier
Diez Canseco; de maestros como Luis Jaime Cisneros y Antonio del Busto.
Capítulo
importante es la relación con las muchachas del Patio de Letras, musas
inconsútiles, mientras las urgencias sexuales se resolvían en el popular
“Troca”. Igualmente, las inmersiones en los entornos familiares de
algunos de los protagonistas.
Sánchez León, sociólogo por la
Universidad Católica y la Universidad de París X-Nanterre, es
periodista, dirige la revista “Quehacer” de la muy querida DESCO.
Relevante poeta, destaca como novelista desde 1991. Ha publicado,
asimismo, un par de libros de deliciosas crónicas.
Esta obra es un paso definitivo hacia la consolidación de su mundo propio como narrador esclarecido.
(La Memoria del Aire)
Imagen RCBaez
Últimos comentarios