Por Winston Orrillo
¡Quién
no lo conoce como un infatigable activista cultural, como el hombre
que, con la sonrisa permanente, nos pone al tanto de la vida cultural ad
usum y que, desde su puesto expectante, en la querida Universidad
Ricardo Palma, es un promotor del arte, la literatura y las buenas
relaciones, especialmente, con los países hermanos en ideas y
aspiraciones tendentes hacia la creación de un mundo nuevo, que hoy ya
sabemos posible.
Su nombre, no demoramos más el suspenso, es
Eduardo Arroyo Laguna. Nacido en el Callao, en 1948, él ostenta, por
méritos propios, altos grados académicos en las áreas de la Sociología,
la Ciencia Política y las Relaciones Internacionales.
Sin embargo,
amén de su férvida tarea como sociólogo, catedrático, periodista y
promotor cultural, el muy querido Eduardo, es un orífice en las artes
creativas de la narración y la poesía.
Y es, a propósito de esta
última, que redacto la presente columna, para celebrar –más vale tarde
que nunca- la aparición –y desaparición, ya, lo supongo- de su poemario
“Galope de parcas”, bellamente editado por el sello Carpe Diem, que
monitorea la no menos bella Marita Troyano, poeta también ella y, por lo
mismo, dueña de un arte –en este caso el dedicado al lanzamiento de
preseas literarias- en el que se combinan la elegancia y la
funcionalidad, así como la condición impecable de los textos por ella
lanzados.
Justifico, ahora, el título de la presente columna: “parcas sui generis”.
Con
ello quiero decir que el autor, por más que suene tenebrosa la mención
de las adalides de la muerte, una vez concluida la lectura de su así
denominada obra, resulta que es la expresión de un convencido, sin
ninguna duda, del valor supremo de la vida, de la esperanza del cambio
hacia un universo que, regido por el amor y la armonía, es el que
buscamos todos los que,-como él- votamos, desde nuestras raíces, por una
sociedad distinta, donde no reine más el “homo homini lupus”, y en el
que se repita la admonición del clásico griego: “por el amor y no por el
odio, he de sobrevivir”; y que, en definitiva –lo afirmamos sin ninguna
reticencia- Eduardo Arroyo Laguna subscribiría el verso de nuestro
inmortal cholo:”solo la muerte morirá”, y donde, “al fin de la batalla y
muerto el combatiente… “y, luego de todos los infructuosos llamados de
cientos, miles y millones de hombres, solo cuando “todos los hombres de
la tierra” le rodeen, el cadáver se levantará, abrazará al primer
hombre, y se echará a andar…
Ésta es, en definitiva, la proclama
que subyace detrás de este parco libro de poemas, en el que las parcas
no ganan, en esta ocasión, la batalla, exorcizadas por la ternura, la
solidaridad y el amor incoercibles que exhalan los versos de Eduardo
Arroyo Laguna.
(La Memoria del Aire)
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