Por Winston OrrilloSomos
coetáneos, pero yo lo conocía más como poeta, de la memorable
generación trujillana -“Trilce”- que integrara con Eduardo González
Viaña y Juan Morillo (otro gran narrador), entre otros. De allí que su
evolución me haya sorprendido -muy gratamente- pues sus nueve novelas y
sus tres libros de cuentos, ya, le han ganado un puesto señero entre los
narradores peruanos y latinoamericanos.
Se trata de Jorge Díaz
Herrera, (Celendín,. 1941) cuya novela, de romualdiano título, “No es
verdad pero hay testigos”, comentaremos.
Su obra ha merecido el
Premio Nacional de Cultura, y ella consta no solo de novela y poesía,
sino, asimismo, de cuento, ensayo y crónica. Él ha dictado cátedra en
el Perú y en España, y es, asimismo, un viajero impenitente.
Su
actual libro, suerte de novela de intriga política, donde se vislumbran
algunas de las cicatrices que han dejado las luchas de las primeras
décadas del siglo pasado, signadas por la traición de un Partido, cuyas
huellas, desdichadamente, aún emporcan el devenir de nuestro doloroso
país.
En su novela destaca el uso de las técnicas narrativas más
modernas, pero, sobre todo, un elemento que, para mí, conforma el signo y
el síntoma de que estoy ante una obra grande: la creación de personajes
(como ese espléndido Tío Viejo, al que le pronosticamos larga vida en
el imaginario popular), pero, también, un cierto substrátum de
sabiduría, que convierte la lectura en una antología de pensamientos:
v.gr.: “Tío Viejo nos desconcertaba negándose a cualquier ungüento: Las
huellas de la vida no deben borrarse. No te vayan a creer un mentiroso
cuando cuentes lo tanto que has vivido”. “¿Me enseñaba a mentir? No. Me
enseñaba a ser hombre”. “Esta tarde descubrí algo muy importante.
Quizá lo más importante de mi vida: lo bueno de las cicatrices es que
las recuerdas sin el dolor que te causaron las heridas”. ”Así como toda
tu vida está en tu cuerpo, nada hay que te suceda que no esté dentro de
tu vida, Cucú; pero la vida no viene como paquete cerrado, no, así no es
la cosa…”
Y, sobre la más grande dilaceración del protagonista:
“A Tío viejo no lo avejentaron los años, sino los desengaños”. “Quienes
más lo culparon no fueron los revanchistas, sino la propia gente del
Movimiento, su propia gente”. ¿Suena conocido, verdad?
Y
finalmente, esta reflexión paradigmática: “lo que sí me duele y merece
mil arrepentimientos es el haber seguido creyendo en quienes dejaron de
creer en mí, o lo que es más probable, nunca creyeron en mí”.
El
poeta Díaz Herrera vive en su obra narrativa, pues solo un lirida puede
escribir lo siguiente: “A la luna no la miro, es demasiado grande para
que la sostenga en la palma de mi mano, que es donde me gusta que
duerman las estrellas”.
Otras: “Los recuerdos tienen sabor a
ciruela…” “Extrañaba el silencio que era como la pizarra del colegio,
donde yo escribía lo que se me venía a la cabeza para borrarlo y volver a
escribir las otras cosas. Las conversaciones de los mayores de la casa
me sonaban a cacareo de gallinas sino a chillidos de grillos en mi
cabeza”. Y, finalmente: “el tiempo de los sueños es barril sin fondo: en
él caben todas las vidas, todas las muertes y todos los tiempos…”
El
asesinato del coronel, leit motiv de esta gran novela, no se convierte
sino en el pretexto para que el autor nos ofrezca una esplendida prosa
narrativa, pletórica de imágenes y una visión admonitoria del
pasado-presente del Perú.
(La Memoria del Aire)
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