Por Winston Orrillo
“La patria es de todos, de los más pobres. Tendremos muchos errores, pero quien manda ahora es el pueblo ecuatoriano, no las élites. Nadie está aquí por ambiciones personales. Estamos para servir a nuestro pueblo."
Rafael Correa: Palabras pronunciadas al asumir un nuevo mandato presidencial.
Palabras que, seguro, les escuecen, aún, a muchos de las
oligarquías defenestradas, y que no pueden admitir que ésas sean las verdades
que esgrime alguien que asume su tercer (y último según él mismo) periodo de
gobierno, obtenido con una votación abrumadora, resultado de la correcta
aplicación de su política de la Revolución
Ciudadana, la misma que, ya, ha sacado de la pobreza a más de un millón de
personas, con una dirección económica adversa a la ortodoxia neoliberal, con
aumento de salarios y reducción drástica del desempleo.
Naturalmente,
esto aunado a verdades del tamaño de un puño: como que en su país ya no manda
el capital financiero, sino el pueblo, todo tendente a lograr la segunda y definitiva
Independencia.
El
título del presente artículo se debe a que, hace ya algún tiempo, escribimos
otro que se llamaba: “Rafael Correa, un paradigma”, al tomar conocimiento de
las acciones del joven y dinámico y honesto presidente del país hermano, y,
particularmente, al gesto que él había hecho al dársele un ejemplar de un TLC
(de los que aquí se adoran) y él haberlo arrojado al tacho de basura.
Nos
bastó eso y comprobar la fidelidad con la que se cumplía lo que él prometía,
todo lo que ha culminado en la elección del 17 de febrero último, en la que
obtuviera el 57.17 por ciento de votos.
Correa
tiene una conducta paradigmática in
crescendo: proclama que vencer a la pobreza debe ser un imperativo moral en
el vasto mundo, con el cuidado preciso de la inversión pública “que se
convierte en vialidad, en prevención contra riesgos, en justicia, en
infraestructura eléctrica,,,” ,con el resultado que ahora se invierte más en
educación y salud”, todo lo que le indigna –no podía ser de otro modo- al
capital financiero y a la oligarquía que, verbi
gratia, en nuestro país triste y luminoso, tienen carta plena de
ciudadanía, y donde la economía peruana es títere del FMI y de las
trasnacionales, pues los altos timoneles de ella son comparsas de ese sistema
despiadado de explotación mundial.
Imbricado
en la lucha tenaz que libran las nuevas naciones de nuestra América que,
iniciada por Cuba, es seguida por Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina,
Uruguay, entre otras, todas las que, por cierto, están en la mira del
terrorismo mediático, de esa información que desinforma y tergiversa. De
aquella que es enemiga jurada de tocar al statu
quo ni con el pétalo de un Decreto.
Por
ello, para escándalo de la SIP y otras alcantarillas del “mundo libre”, no tuvo
pelos en la lengua para denunciar sus trapacerías, derrochando ese valor que es
sinónimo de que Correa se acerca al ideal ya no del hombre nuevo, sino del muy
necesario “Presidente Nuevo” que, más
temprano que tarde, parirán nuestros pueblos solidarios, los de aquellas
naciones que, en verdad, son una sola, desde el sur del Río Bravo hasta la
Patagonia.
Por
eso sus palabras, en realidad, fueron una admonición pronunciada con el denuedo
que lo caracteriza, al enrostrarle a los medios de comunicación privados que
juegan un sucio papel político, pues es una falacia que ellos sean un
contrapeso al poder político (la obsoleta teoría del “Cuarto Poder”) pues los
medios mismos son un poder al servicio del omnímodo poder económico, cuyos
intereses, como férvidos mastines, cuidan celosamente.
Frase suya que
destacamos: “Si la prensa difama,
calumnia, es libertad de prensa; si un presidente le responde es un atentado
contra la libertad de prensa”.
Y
siguió, para desesperación de los “periodistas” (en realidad, asalariados de
sus patrones omnímodos): “La prensa latinoamericana es mala, muy mala. Silencia
y manipula la información”.
Y,
añadimos nosotros, se desliza por la pendiente nazi del “miente, miente, que
algo queda”, o una similar: “una mentira repetida machaconamente, se convierte
en verdad”.
Esto
explica por qué Rafael Correa ha devenido en la “Bête Noir” para las alcantarillas mediáticas que medran en nuestras
latitudes.
Sus
críticas, igualmente, fueron enfiladas contra la celestina Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, que es financiada con Estados que no
son parte de la Comisión, y por ello, su Ecuador soberano, no “está dispuesto a
ser colonia de nadie” (Ya las dio una
patada en el trasero a las prepotencias yanquis, al haber cancelado la misión americana
que medraba en su territorio, y que todos sabemos qué funciones cumplen).
Asimismo,
de taquito hizo una crítica congruente al preguntarse cómo es posible que la
sede de la OEA (“con OEA o sin OEA
ganaremos la pelea dijeron los revolucionarios cubanos y cumplieron); que
esa sede se halle en un país que desvergonzadamente, y a pesar de la contraria
opinión mundial, mantiene el inhumano y antihistórico bloqueo a Cuba
socialista.
Asimismo
impactante fue la denuncia que hizo, al rendir su homenaje al ex-presidente
Jaime Roldós, fallecido en un sospechoso “accidente de aviación” de similares
características a otros que, igualmente, causaron la muerte del querido general
peruano, Rafael Hoyos Rubio, y del gran mandatario panameño, Omar Torrijos: no
se descarta la mano negra del Imperio, que también ha sido denunciado con
ocasión de la muerte inmortal del presidente Hugo Rafael Chávez Frías.
Realismo
mágico, pues, o surrealismo de Nuestra América y de los Organismos
Internacionales, cuya injerencia es nula en la Patria de Guayasamín, cuyas
imágenes impactantes sirvieron como fondo para la juramentación del nuevo
Mandato Presidencial, de alguien que ya
se ha ganado un puesto en la trepidante historia de la Nueva América Latina,
ésa que no dejará de luchar hasta lograr, como dijo la Segunda Declaración de
La Habana, su Segunda y Definitiva Independencia.
Pero, sobre todo, a cuidarse, porque el enemigo acecha, y cada vez más, a los que desmontan el andamiaje de injusticia y barbarie que son los paradigmas del imperialismo norteamericano, que no debe ni pestañear al elucubrar qué hacer con esta oveja descarriada, que altera el orden de lo que ellos, desvergonzadamente, llamaban su patio trasero.
Publicado además en Ojos para la paz
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