Por Winston Orrillo
No cabe duda que, “Retablo de la Naturaleza”, poemario de Manuel Pantigoso es, en sí mismo, un libro-objeto-homenaje, tanto por la calidad intrínseca de sus creaciones verbales, en las que se hallan celebraciones a la vida en su poliédrica dimensión; así como por su desborde de belleza gráfica que simplemente pasma, y que se debe a ese gran artista que es Jesús Ruiz Durán, responsable de la edición, y autor de ilustraciones tipográficas y dibujos –en soportes analíticos y digitales- que van acompañados por imágenes intervenidas, basadas en dibujos y pinturas de los cinco nietos del autor.
Porque esto es, asimismo, el deslumbrante volumen: un ritual encomiástico a la progenie, un himno a la continuidad de la vida –tanto en la naturaleza misma, como en nuestra proyección en hijos y nietos, que jubilosamente devienen, aquí, en sui generis temática poética.
Físico, metafísico y cósmico, este libro poliédrico combina, acertadamente, lo más íntimo del amor a la familia, con la presencia del rito, de lo lúdico, de la inabarcable perspectiva de lo que Nietzsche llamaría “humano, demasiado humano”
Cuatro retablos, dos partes (“El espacio” y “El tiempo”), el poemario discurre, como un grito integérrimo de libertad, en ambientes plurales que pueden ser la poliforme geografía del Perú como la del desierto de los Emiratos Árabes, donde reside una hija del vate, casada con un ciudadano turco, con el que tiene dos vástagos Aksel y Kayla (los otros nietos son Eva, Rodrigo y Paula): lo que nos prueba la universalidad de la aventura existencial que tiene como fondo “Retablo de la Naturaleza”.
Arturo Corcuera, idóneo prologuista, señala las varias lecturas que puede tener el singular volumen (cuya sola visión es, ya, motivo de encendido placer visual): “ofrenda” y “testamento lírico”, expresa el autor de “Noé Delirante”, frente a esta presea de 30 x 18 cms, sinfonía para el placer de los ojos, que, siempre, es concomitante con la intensa poesía que, dento de él, discurre.
Otro elemento imposible de preterir, es la presencia de la música, ya sea la de los cantos y tonadas y melodías infantiles, como una cierta atmósfera –diríamos- mozartiana, por lo lúdico, con toques de Haydn (pero nunca Wagner, es obvio).
Para los que aman la creación de palabras –cuyo magisterio es ejercido por el Vallejo de “Trilce”- en este libro abundan: podría decirse que Pantigoso nos permite asistir a la génesis del idioma, a través de los himnos a la infancia que, de este modo, es, asimismo, una votación por el futuro que yace en esa infancia, muchas veces preterida, pero que, con tanta maestría, rescata el también autor de “Amaromar”.
Démonos, pues, una vuelta y hallemos, casi al azar, “elalapluma, el albaviento,vel/ada, mar man/para, va bolavolando, solimar, verdivolando, giraflores, vaporando, vaportando, ola-mar, cinarrusel”, etcétera.
Lo anterior, sin poder dejar de mencionar, a una verdadera orgía de colores y formas, con la presencia de caligramas y sonidos que constituyen, también, característica de esta obra.
El libro, como admirable substrato, tiene un aire que respira a futuro, lo cual es paradigmático, en la nuestra, que es –o parece ser- la cultura de la tanatofilia, de la depresión endógena, del “no saber adónde vamos/ ni de dónde venimos” (trenos premonitorios de nuestro padre común, el gran nicaragüense, Rubén Darío).
“Retablo de la naturaleza”, más bien, lo inscribiríamos en esa línea de nuestro cholo inmortal, César Abraham Vallejo Mendoza, especialmente cuando apostrofa: “Solo la muerte morirá”
Estamos, pues, al principio y al final, frente a un retablo de gran poesía, que marca y demarca un derrotero que nos señala su autor, Manuel Pantigoso, ganador del Premio Nacional de Cultura del Perú, así como de numerosas preseas internacionales de América y Europa, Miembro de Número de la Academia Peruana de la Lengua, correspondiente a la Real Academia Española, autor de una docena de fúlgidos poemarios, y cuya obra, ya, discurre en varios idiomas, que avalan su calidad de Doctor en Literatura y Filología, así como la de Doctor en Educación, lo cual es sintomático, pues –lo afirmamos- MP es, por encima de todo, un maestro de aquellos que forman e informan, y al que innúmeras generaciones de estudiantes universitarios (de San Marcos y la Universidad Ricardo Palma) tienen por paradigma.
(La memoria del aire).
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