Por Carlos Villanes Cairo, Madrid.
Tal vez porque no leo sus versos desde hace 30 años, esperaba esta antología personal, como reflejo de sus 20 poemarios, mucho más envuelta en una aureola militante y rompedora, social y fustigante contra el vampirismo político, similar a los poemas de su juventud. Pero no, percibo a Winston Orrillo (Lima, 1941), muy ponderado y mejor dispuesto por los años, pero sí apasionado del amor, de sus eternos ideales visionarios y de Benita, una gata que ha entrado con mucha fuerza en su vida.
También encuentro a su selección de Poesía esencial (Lima, 2013, 96 pp.), demasiado breve para el medio siglo que lleva escribiendo y publicando. Él tuvo una subida a las tablas del verso muy temprana y espectacular, cuando ganó el premio de II Concurso de Poeta Joven del Perú compartido con Ibáñez Rosazza, siguiendo la estela de Javier Heraud y César Calvo que igualmente, al limón, se habían hecho con la primera edición del notable certamen.
De La memoria del aire (1965), rescata las incertidumbres de la vida futura y ese bello poema a la amada como mensajera del alba en “A la espera del día”. De Crónicas (1967) y Orden del día (1969), la revelación que le sacude para desentrañar de dónde vienen los poemas, el redescubrimiento de lugares ignotos pero amables y el desesperado amor a primera vista – muy peruano y algo machista- de una posible amante, mientras hace encargos en un mercado para su esposa.
En 9 poemas (1970) hace un bello y sentido homenaje al amado Vallejo, a la callecita de la infancia y al fiero mastín que controla el “Sistema”, pero también el certero temor de que un día deje de taladrar el tambor que suena en su pecho, y el recuerdo de “Un Quijote con faldas y sin armas” que fue su tía Teresa en 14 y sonetos (1971). De A la altura del hombre (1973) ha seleccionado sus homenajes a Túpac Amaru y al poeta pastor de Orihuela, Miguel Hernández, y una breve canción, que semeja un haiku de 7 versos, a José Carlos Mariátegui. Así como Orrillo ha dedicado varios libros de ensayo al gran Amauta, se aguarda de su pluma una gran elegía- a verso limpio, como hacía Neruda- ofrendada a uno de los mayores descubridores de la esencia del pueblo peruano.
El nervio iconoclasta y rebelde aparece en Telegramas (1979), Sobre los ojos y Elegía (1981), y en 40 poemas de años (1982) con sus indagaciones y rotundas respuestas a los avatares incontrolables de la vida menguada por el infortunio, la mala administración del caudal humano y el abuso impenitente del poder. En “autoelegía” dice: “Veo pasar mi entierro/ y un hilo de agua/ fresca chorrea/ de los ojos/ del lento medio día”. (…) “Me acompañan (acaso)/ 2 perros vagabundos/ la aurora/ de mis hijos/ y el fuerte/ olor a tierra/ de 4 obreros/ claros”. (…) “Tal vez/ alguna fruta/ del árbol/ de mañana/ tendrá/ el sabor/ urgente/ del canto/ que hoy arranco/ y devuelvo/ a mi pueblo”. (pp. 50-51).
El erotismo de la mujer amada y el júbilo de las entregas, con la encadenante resaca del recuerdo, están presentes en 50 poemas y años (1991), Hacer el amor y otros poemas (1997), Monumento del cuerpo (2006), y Poema mujer ciclón (2013) donde ensalza la lubricidad femenina: “Esta mujer/ solfeo/ se empapa/ cuando le hablo/ y mana de/ sus fuentes/ maná/ para mis gárgolas” (p.95).
Un casi franciscano amor por los animales arranca en Nuevos poemas de amor (1978) con su conocida “Instrucciones para cuidar a un cachorro y sus 2 admoniciones, y continúa con dos libros más: Poemas para un gato (2004) y El libro de Benita (2011). Benita es una gata casi humana, amiga, confidente y muy bruja con el enamorado poeta. “Mi gata / es un poema/ de aquellos/ que se dicen/ solamente/ en silencio”, anota.
Poesía esencial rescata, además, dos poemas inéditos y emocionados para la autora de sus días que, el vate, elogia con ternura y agradecimiento.
Orrillo como poeta, periodista, profesor universitario y animador cultural sigue, desde hace medio siglo, en las trincheras de su apasionado trabajo por vindicar la buena literatura y batalla contra quienes aupados por el poder escudan sus mediocridades en cenáculos, nefastos siempre para cuantos tienen a la palabra como el mejor artefacto cargado de futuro.
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