Por Winston Orrillo
Carlos Villanes Cairo, catedrático y escritor peruano, nacido en Junin, y con treinta años de residencia en España, se las trae. Aparte de ser un conocidísimo autor – de los más importantes de la narrativa juvenil en nuestra lengua- acaba de publicar un texto sobre uno de los penates del imaginario español: nada menos que El Cid campeador, con el título –preciso y precioso- de “La espada invencible”.
Nuestro ex Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional del Centro del Perú, está dejando, realmente, su impronta en la Península Ibérica, con una sucesión, ininterrumpida, de obras como Retorno a la libertad, El esclavo blanco, Las ballenas cautivas, La batalla de los árboles y El saqueo de Machu Picchu, entre varias otras, la mayoría de ellas traducidas al inglés, alemán, francés, italiano, portugués, euskera, catalán, gallego.
Su caso es, como el del Inca Garcilaso –sobre el cual nos debe un libro porque el personaje sí es una novela pura-, el de un peruano que se afinca en la Península Ibérica y triunfa en ella, aunque, en nuestro cotarro literario, su obra no ingrese, aún, a los cenáculos y argollas ad usum.
Pero eso no importa mayormente, aunque, de algún modo, nosotros -- su público natural-- no llegamos a él porque los señores feudales de la crítica y los pandilleros de las argollas, sólo ven su entorno y aquello que les pueda redituar.
Por eso nos parece muy bien que Carlos Villanes Cairo blanda la espada invencible, y nos relate –con donosura y abundante conocimiento de causa- la historia de alguien a quien el destino y las malas voluntades --que abundan aquí y acullá, aquende y allende-- quisieron desaparecer y lo único que consiguieron fue transformarlo en esa leyenda que CVC relata con admirable suficiencia, hasta llegar al punto en que:
“Un caballero cabalga solitario sobre la arena dorada, entre el mar, el cielo y la eternidad.// Mira con añoranza la tierra que le dejaron sus padres y sabe que durante los días que le queden, seguirá, espada en mano, defendiendo todo cuanto le dio la vida.// Ha sido herido de muerte tres veces, pero ha sobrevivido, sin importarle tampoco sus heridas menores que los años no terminan de cicatrizar.// Juró fidelidad a su rey y nunca lo traicionó. Besó la cruz de su espada al ser armado caballero y prometió morir antes que ser derrotado, y también cumplió.// Extraño guerrero que ha perdonado muchas vidas, tal vez porque jamás ha perdido una sola batalla.// Y su fama ha corrido de boca en boca, más allá de las fronteras y de las lenguas, mucho más allá de los mares y de los tiempos. Una vida así de grande ha hecho crecer su leyenda.// La historia es testigo de que jamás ahuyentó con la mirada a un león hambriento, ni engañó a nadie con arcas de arena, ni venció batallas después de muerto, ni sus hijas, bien casadas y madres de futuros reyes, pisaron el robledal de Corpes (se alude a `La afrenta de Corpes´, famoso pasaje del poema épico Cantar de Mio Cid) para ser humilladas. Pero todo esto tampoco importa mucho.// El Cid, espejo de caballeros, cabalga. Parece flotar sobre los cascos de su caballo, de blanca capa y crines de seda, siempre volando al viento.”
Tal el retrato del protagonista de una historia, que todos conocíamos por las lecturas escolares, pero que aquí, en la prosa pulquérrima de Carlos Villanes Cairo, hace nuestras delicias al representarnos, en páginas enjundiosas y plenas de poesía, los avatares de este luchador, héroe del bien, la verdad y la belleza. Desde los orígenes del hijo de Diego Laínez, el pequeño Rodrigo que “iba para molinero” pero que “todo cambió cuando una mañana el heraldo del rey reclamó a su padre armar una mesnada y unirse a las tropas castellanas que luchaban contra las frecuentes ambiciones de los navarros”. Y éste marchó a la ofensiva y triunfó en la defensa de Castilla, hasta que el rey, como justo pago a su valor, lo armó caballero…y aquí comienza, en realidad, la historia del joven Rodrigo que empieza como paje del joven príncipe, don Sancho, petición expresa que le hiciera su padre a su rey, luego que fuera mortalmente herido.
En fin, la historia es conocida, como conocida es, asimismo, la fidelidad del Campeador a su rey, y de cómo éste, le mal paga con un destierro por demás injusto; y los amores de aquel por doña Ximena, y la vida en medio de las intrigas de la corte, y el culto a la familia y el respeto que se había bien ganado por su integérrima conducta no solo militar, sino social. Y la historia de Babieca, su caballo, y de sus espadas, la Colada y la Tizona que “tampoco jamás hicieron perder una sola batalla al señor de Vivar”.
Y el libro, como trata del mundo hispánico, está igualmente lleno de un sápido refranero, que bien lo caracteriza (recordemos El Quijote). De aquí escogemos: “Y aunque casi siempre del árbol caído todo el mundo hace leña y a perro flaco todo son pulgas…”. Y otro: “--Quizá pero no debes fiarte, cuando el lobo tiene hambre y enseña los colmillos se olvida hasta de los hijos de su madre”.
Personaje delicioso, doña Urraca, fuente de controversias, así es definida por doña Ximena:” --Oh, Rodrigo, desde pequeña he vivido entre grandes sobresaltos, batallas, exilios, muertes misteriosas, confinamientos y persecuciones, y además, junto a una mujer que, aunque digan pestes de ella, también ha demostrado que tiene muchas cosas buenas y sabe defender hasta con las uñas lo que le pertenece.// --Doña Urraca, tu valedora y pariente, claro.”// --Y muy cercana. Desde cuando era niña le gustaba que la llame prima... La reina madre, doña Sancha, fue hermana de mi madre.”
Novela de aventuras y de situaciones, y cuadro de costumbres –moras y cristianas-- de aquellas lejanas y recreadas épocas, esta obra –que recomendamos vivamente- es un placer leerla y releerla, y, con ella, Carlos Villanes Cairo ha añadido una presea más a su copiosa bibliografía, que enorgullece, realmente, al país.
Publicado además en Revista Libre Pnesamiento
Últimos comentarios