Por Winston Orrillo
“Después del incidente con aquel funcionario, Diego empezó a sentirse saturado de la mentalidad, atropellos e injusticia de hispanos y criollos, y por la monotonía de la villa de Arequipa. Tan ceremoniosa, pacata y estamental, donde no pocas personas se jactaban de ser nobles de sangre.,..//De vuelta a la posada, a manera de desfogue conversó con su vecino y paisano Miguel Chávez de las diarias injusticias que ocurrían en esta parte del Virreinato del Perú.”
MVC
Una muy agradable sorpresa: Marcel Valcárcel Carnero, obvio miembro de una ilustre prosapia de escritores, cuyo adalid fue el gran poeta Gustavo Valcárcel, y que tiene como miembros a la singular lirida, Rosina, a Gustavo Segundo –cuyo libro de relatos comentamos anteriormente, y a quien el destino jugó la mala pasada de reclamarlo con premura- y en la que, asimismo, acabamos de incorporar a Odette Amaranta y su inconsútil poemario (ella es hija de Rosina).
Marcel, a quien conocíamos como sociólogo sanmarquino, y de la Universidad Católica, donde dicta cátedra –doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica- nos acaba de entregar una valiosa novela, Dioses y amores mortales (Alberto Escalante Editor, 2014) en la que nos conduce, inmejorablemente, por los vericuetos americanos del siglo XVI, llevados de la mano por Sebastián Benalcázar, quien cambia de identidad por la de Diego Rey de Castro, a fin de evadir una no muy esclarecida culpa, acerca de la oscura muerte de su amada peninsular.
El viaje de Diego-Sebastián, lo vemos con la óptica de un hombre que, adelantado a su época, puede revelarnos los meandros de una “conquista “ en trance de afianzamiento, con la descripción de las vicisitudes de ésta, y donde destaca su sentido crítico, especialmente de su estancia en Arequipa, donde nos da detalles que, hasta hoy caracterizan a los habitantes de la “blanca ciudad”, y en la que se enamora de una novicia, nada menos que del mundialmente conocido Convento de Santa Catalina, lo que le da pábulo para algunas de sus más ricas descripciones que, sin embargo, no se quedan en la superficie sino, siempre, pretenden descubrirnos lo que se encuentra allende la monumentalidad de la tan reputada villa.
El libro se distingue por su denodada defensa del poblador vernáculo –posición diáfana del autor- y de sus usos y costumbres, tergiversados y objeto de persecución por parte del invasor. Leamos:
“Los descendientes de los incas aún respetan y adoran a determinadas montañas y volcanes, porque para ellos están vinculados a sus orígenes y creencias. Los consideran sagrados mucho antes que Colón soñara siquiera en descubrir el Nuevo Mundo. Las montañas, por ejemplo, siempre les han proporcionado agua para beber e irrigar sus sembríos, amén de otros bienes materiales y espirituales. En sus laderas han desarrollado verdaderas obras de ingeniería hidráulica y terracería agrícola que serían la envidia de cualquier agricultor gallego, catalán o extremeño.//No tenían escritura, estás en lo cierto, hoy ya la están aprendiendo, lo cual les permite reclamar e impugnar como súbditos al rey, lo que consideran arbitrariedades nuestras… Estoy de acuerdo, Miguel, con educar a los descendientes de los incas, pero no en medio del mar de injusticia que a diario despliegan nuestros paisanos: soy testigo directo de ello cuando cabalgo en el campo y camino en esta ciudad”. (Los subrayados, salvo indicación en contrario, son nuestros: W.O.)
Como se ve la posición –podríamos decir “ideológica”- de Diego, lo torna, de suyo, en un individuo sospechoso, por su defensa denodada del poblador vernáculo. Y que, además, no se calla nada de lo que, hoy en día, todos sabemos, pero que, en aquel entonces, era delito siquiera mencionarlo.
Y éste es el resultado: nuestro personaje es víctima de acusaciones, de calumnias que lo condenan a muerte, luego de una caricatura de juicio .Y así nosotros encontramos que no otro podía ser el destino para aquel que había dicho:
“Sí, les trajimos la rueda, nuestra religión, espejos y otras cosas que no conocían, pero Miguel te olvidas que también les `regalamos´ la viruela, el sarampión, la gripe, la verruga, la sífilis, enfermedades que los han reducido a la mitad de lo que fueron antes que llegáramos. Sí, les trajimos luces y sombras.”
Una de las denuncias más ricas del volumen es la que el autor hace, vía su protagonista, del siniestro Tribunal de la Santa Inquisición, del mismo que acaba convirtiéndose en una más de sus víctimas, de lo que él denomina, muy gráficamente, “policías del pensamiento”, “una organización móvil que incitaba a los vecinos a denunciar a los herejes.” Y “Al poco tiempo devinieron en la suprema autoridad de la vida y el espíritu de la gente en España”
La novela, narrada con donosura, contiene bellas páginas de amor, como la del desgraciado malentendido de la inquietante Alfonsina Ruiz Rosas, quien podía haber sido la gran pasión de Diego, ajusticiado, entre otros cargos, por haber pretendido “seducir” (gran calumnia)a una novicia del ya mencionado Convento de Santa Catalina, Juliana Vargas Yupanqui, personaje inolvidable, lo afirmo, en esta novela histórica, género que es todo un reto, el mismo que Marcel Valcárcel Carnero sabe superar en demasía.
Volvemos a una fórmula que venimos usando. Esta novela, según el conocido decir de Horacio, cubre el ámbito de lo utile dulci, pues, a la vez que nos sirve para adentrarnos un poco más en el conocimiento de nuestra historia (utile), nos sirve (dulci) para deleitarnos con su prosa y con una narración que no pierde el interés en ningún momento.
Pues, finalmente, la clave se halla en que nuestro protagonista
“Sin darse cuenta había entrado en el proceso de revisar ideas y valores traídos del Viejo Mundo. No significaba que hubiese asimilado la cosmovisión indígena andina, la respetaba, pero tampoco la asumía totalmente como suya. Diríase que era un español fronterizo, amigo de todas las castas y religiones…”
He aquí, pues, la clave de una novela histórica singular que Marcel Valcárcel Carnero nos ha entregado para su ingreso, con muy buen pie, en el mundo de la narración. Adelante, y le pedimos nuevos frutos a su talento, tanto de científico social, como de creador en/con la palabra.
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