Por Winston Orrillo
“Noé delirante es una colección sin par en la poesía última del Perú… Se advierte un acento personal y una agudeza poco frecuente en el hallazgo del símbolo. Así como también que el lenguaje compone una textura de muy sutiles asociaciones formales y semánticas, e incluso de un elegante humorismo¸ todo lo que hace luz sobre un universo poético original…”
Alberto Escobar
La perspicua mirada de nuestro más reputado crítico literario, Alberto Escobar (+) hace hincapié en el aspecto personal y en el hallazgo, permanente, de símbolos, en una poesía que –en su riqueza formal y semántica- no minimiza, en absoluto, “la postura militante que Corcuera asume frente a la realidad”.
Clave, pues, es pensar que el gran lirida –con un uso eximio de sus virtudes literarias- no se enclaustra en una apócrifa torre de marfil, y, hombro a hombro, lo hallamos en la defensa incesante de las causas más álgidas de nuestro mundo trastabillante.
El gran poeta es admirador y defensor del socialismo del Primer Territorio Libre en América, la Cuba de Martí, Fidel y el Che; de la revolución sandinista en la invicta Nicaragua: de los que primero pusieron de rodillas a los imperialistas, los hijos de Kim Il Sung, en la heroica RPDC. Así como, los heroicos hombres de Ho Chi Minh, también vencedores de los yanquis, y actualmente, en el apoyo, sin reticencias a la República Bolivariana de Venezuela, a la República Multinacional de Bolivia, con Evo y García Linera, y así sucesivamente: el Ecuador de la Revolución Ciudadana y del combate frontal contra el terrorismo mediático, etc. Y el Uruguay de su expresidente calificado en uno y mil combates. Y Brasil y Argentina en plena convulsión.
Y es, aquí, que se halla, a juicio nuestro, el valor impertérrito de nuestro eximio poeta que, el 30 de setiembre último, se asomó a sus primeros ochenta años de vida, que nosotros hemos, para este título, parafraseado de su volumen Primavera triunfante, (Ediciones de La Rama Florida, Lima, 1963) con lo que queremos expresar que, en los 62 años de poeta en ejercicio que tiene (desde Cantoral, Cuadernos Trimestrales de Poesía, Lima, 1952), Arturo ha sembrado versos que rinden culto a la vida, a la defensa de la sociedad y la naturaleza, a la adhesión inconsútil a la poesía, al amor en sus vertientes más esclarecidas: todo pleno de un lirismo que empieza en Sombra del jardín, El Timonel, Lima, 1961, y se prolonga, en un dilatado tiempo histórico, que, siempre, es creación original y “comprometida” (palabra que a los rosáceos de hogaño no les gusta), v. gracia en Territorio libre o en Poesía de clase hasta arribar a Noé delirante que , con 62 láminas de la insuperable plástica Tilsa Tsuchiya, Milla Batres Lima, 1971, obtuviera el Premio de Poesía de los Juegos Florales de San Marcos y luego el Nacional de Poesía, en 1968.
Justamente, aquí se encuentra el meollo de la posición del hombre y del poeta: en unimismar el pensamiento y, con el adherirse, y defender, militantemente, la vida en nuestra patria, en Nuestra América, en el territorio del hombre, amenazado, gravemente, por ese cáncer que acaba de desenmascarar Evo Morales, y que se llama capitalismo.
A Arturo no hay que pedirle la firma para los comunicados de adhesión y defensa de los “humillados y ofendidos” (Dostoievski dixit).
En todo lo noble, en todo lo sano, en todo lo justo vemos, si no su firma, un artículo o una breve –incisiva, porque su estilo de prosista es inigualable- nota como la que, hoy mismo (cuando escribo la presente: l6 de octubre de 2015) dedica nada menos que a la querida Verónica Mendoza, esperanza de la muy ansiada unidad de nuestra izquierda, que ya ha comenzado a soportar avalanchas de calumnias, no solo de sus enemigos naturales –la DBA- sino, incluso, de los revolucionaristas, gracias a cuyas “originales y sabias” opiniones la enorme masa de los que queremos el cambio, nos hemos mantenido divididos y en plan de lucha antropofágica, para los multiorgasmos de la derecha, que hoy se rasca la panza dolarizada y alentada por esos adalides de la estupidez política sin nombre, cuyos nombres son suficientemente conocidos.
El élan popular de la poesía de nuestro bardo, no se halla solo en sus adhesiones, irrecusables, a las nobles causas, sino en que se obra se dirige al hombre común y corriente, como “La gran jugada o crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima” y, en general, por la donosa presencia de su tratamiento de los animales en su sui generis Arca de Noé, y asimismo en su irrenunciable ladera amorosa, patente en libros memorables como Sonetos del viejo amador, y, asimismo, por su maestría de bardo altamente experimentado, como cuando canta y encanta. Igualmente a su ya legendaria dacha de Chaclacayo, destino de lo más notable de la poesía que arriba a nuestro Perú “de metal y melancolía” (García Lorca dixit): Breviario de Santa Inés.
No puedo extenderme en su desmesurado currículum vitae, que me privaría de opinar sobre una poesía paradigmática, pero no puedo dejar de decir que su Noé Delirante tuvo una tirada de 40 mil ejemplares y trece ediciones (en este caso para exorcizar el cabalístico numerito) y varias de ellas con bellísimas ilustraciones de Tilsa Tsuchiya, Rosamar Corcuera, Félix Nakamura y José Carlos Ramos. Y él ha sido, igualmente, jurado en innúmeros certámenes de literatura, particularmente poesía, tanto en nuestra patria como allende sus fronteras.
No solo integró el prestigioso (1974), Concurso Internacional de la Casa de las Américas, del Primer Territorio Libre en América, sino que, en 1984, presidió la Sesión de Poesía en el Congreso Mundial de Escritores, La Paz, Esperanza del Planeta, realizado en Sofia, Bulgaria (donde coincidimos con el querido Julio Ramón Ribeyro y con Juan Rulfo).
Entre sus preseas, justamente ganadas, se hallan el Premio Nacional de Poesía, el Premio Internacional de Poesía Atlántida, Trieste, igualmente de lírica, el Casa de las Américas y el del Círculo de Críticos de Arte de Chile. Sus versos pueden hallarse en varias lenguas y sus recitales y conferencias son frecuentes en varias partes del mundo.
Vale la pena recordar algunos juicios sobre su inexhaustible obra: El inolvidable Mario Benedetti, escribió: “Corcuera es un valor indiscutible, no solo de la poesía de su país, sino también de América Latina”. El “flaco” Sebastián Salazar Bondy , dijo: “un poeta que merecerá la memoria”. Su compañero de la Generación del 60, “Toño” Cisneros, añadió: “Ha enriquecido nuestras vidas con una vasta obra creadora”. Y finalmente, una de las altas voces de la poesía hispana de hoy, Justo Jorge Padrón, comentó: “En el panorama lírico del Perú, Arturo Corcuera es un nombre inexcusable”.
La casualidad me llevó al prólogo que, el propio maestro Jorge Luis Borges escribiera para su Antología Poética – 1923-1977, y del que tomamos unas frases que, a manera de colofón, aplicamos, mutatis mutandis, a la obras éditas de Arturo Corcuera: “Yo desearía que este volumen fuera leído “sub quadam specie aeternitatis”, de un modo hedónico, no en función de teorías…o de mis circunstancias biográficas. Lo he compilado hedónicamente; solo he recogido lo que me agrada o lo que me agradaba en el momento que lo elegí”.
Y, no lo olvidemos, este es un justo, necesario homenaje a las 80 Primaveras triunfantes de un poeta que no deja de crear - de crearnos- de reafirmar nuestra vocación por la vida, por el compromiso estético y humano, como lo probó con la lectura de sus nuevos textos, en un reciente homenaje que, muy justificadamente, se le hiciera en el Centro Cultural “Inca Garcilaso de la Vega”.
El poeta canta y en canta, veamos por qué
Últimos comentarios